Las interacciones con nuestros peques no siempre son sencillas. A veces, cuando responden con frustración o enfado, puede ser difícil mantener la calma y saber cómo actuar. Hoy queremos dar espacio a las situaciones familiares donde necesitamos sostén para mejorar nuestra comunicación. Desde Damalei, entendemos que estas situaciones son también oportunidades para enseñarles (y aprender conjuntamente), comprender mejor a nuestros hijos/as y crecer juntos/as.
Entonces: ¿Qué podemos hacer?
1. Cambiar la reacción automática
Es habitual que, cuando un niño/a te responde de forma brusca, la reacción inmediata sea la de responder desde el mismo estado: frustración o incluso enfado. Y lo es más teniendo en cuenta nuestros contextos diarios: prisas, tareas, quehaceres infinitos, autoexigencias… ¿¡Y encima me responde mal!?
Respira. Pausa. Siente tu respiración y observa la situación como si vieras una película. Tu rabia y frustración son válidas, solo que si nuestra respuesta es REACTIVA, posiblemente escalaremos a una discusión con nuestro hijo/a. Y a su vez, hacemos de espejo de reactividad. Entonces…
En lugar de… Reaccionar con frases como: “¡Qué maleducado eres!” o “¡Ya no vas a ver la tele nunca más!”, que suelen agravar la situación y cerrar la puerta a un diálogo constructivo.
Prueba a… Darte un momento para respirar profundamente y pensar en la mejor manera de actuar. Puedes probar con algo como: “Entiendo que te sientes enfadado/a, pero no podemos hablar de esta manera. Hablemos cuando estemos más calmados”. Este tipo de respuesta transmite calma y enseña a tu hijo/a que las emociones no deben controlarnos. Si ves que la situación persiste, intenta redirigir su atención: “¿Te apetece que hagamos una pausa y después lo resolvemos juntos?”. Este enfoque enseña a gestionar emociones de forma positiva y establece un modelo de respeto y autorregulación para el niño.
2. Observar tu lenguaje no verbal
No solo es QUÉ decimos, sino también CÓMO lo decimos. Si nos sentimos desafiados es posible que eso vaya unido a un lenguaje no verbal más atacante y/o que alcemos la voz para imponernos. Decimos MUCHO con nuestro lenguaje no verbal.
En lugar de…
Tensarte, señalarle o alzar la voz
Prueba a…
Hacer un breve scanner de tu cuerpo, respirar y observar qué estoy comunicando a mi hijo/a con mi cuerpo y mi voz. ¿Puedes decírselo con un tono firme, sereno y calmado? La tranquilidad en tu voz puede marcar la diferencia y ayuda a que el niño/a preste atención de manera más natural. Puedes decir algo como: “Necesito que hablemos con respeto. Escúchame, por favor”. De esta forma abrimos un espacio seguro para el diálogo y permitimos la escucha sin que las emociones se salgan de control. Si el niño/a sigue alterado, puedes añadir algo como: “Tomémonos un momento para calmarnos y luego seguimos hablando”. Es preferible darte un momento y regularte antes de tratar de resolver la situación. La consciencia corporal es una habilidad que se aprende con el tiempo. Paso a paso.
3. Establecer límites claros y respetuosos
Cuando los/as niños/as cruzan ciertos límites, es fácil caer en la tentación de controlar la situación con amenazas o castigos. Sin embargo, hacerlo rara vez conduce a un cambio positivo a largo plazo y puede generar resentimiento o una desconexión emocional. Entonces…
En lugar de… Lanzar frases como: “Si sigues hablando así, no saldrás mañana”, que generan miedo o frustración en el niño/a.
Prueba a… Establecer normas claras y explicarlas desde la empatía. Por ejemplo: “Entiendo que estás cansado/a o molesto/a, pero aquí todos nos hablamos con respeto. Vamos a intentar resolver esto juntos”. De esta forma reforzamos la idea de que las reglas no son arbitrarias, sino que existen para garantizar un ambiente armonioso para todos. Es importante que los límites se establezcan fuera de la situación conflictiva, en un momento de conexión y sincronía. Así, será más fácil recordarlos y redirigirlos en momentos de mayor intensidad emocional
Además, puedes plantear las reglas como una oportunidad de aprendizaje. Si tu hijo/a rompe una norma, puedes utilizar ese momento para reflexionar juntos: “¿Qué podríamos hacer diferente la próxima vez para evitar este problema?”. Esto no solo establece límites, sino que también enseña responsabilidad y habilidades de resolución de conflictos.
Un detalle clave es ser constante y firme. Los niños/as necesitan coherencia para entender y respetar las reglas. Por ejemplo, si el límite es que en casa nos hablamos con respeto, asegúrate de mantener esa expectativa de manera consistente.
Por último, recuerda que los límites claros ayudan a los niños/as a sentirse seguros. Saber qué se espera de ellos y cuáles son las consecuencias les proporciona un marco de referencia que les ayuda a navegar por su entorno con confianza.
4. Fomentar la expresión de emociones
Los niños, al igual que los adultos, a menudo se sienten abrumados por emociones intensas. Sin embargo, a diferencia de los adultos, todavía están aprendiendo a identificar lo que sienten y cómo expresarlo de manera saludable.
En lugar de… Ignorar sus sentimientos o responder con frases cortantes como: “Haz lo que quieras”, que pueden hacer que el niño se sienta incomprendido o desvalorizado.
Prueba a… Ayudar al niño a identificar y verbalizar sus emociones. Por ejemplo, podrías decir: “Parece que estás muy molesto/a. ¿Quieres contarme qué ha pasado?”. Este tipo de respuesta muestra empatía y abre un espacio para que el niño se sienta escuchado y seguro para expresarse.
También puedes ayudarles a dar nombre a sus emociones si ves que les cuesta identificarlas: “¿Estás enfadado/a porque algo no salió como esperabas?”.
Fomentar este tipo de comunicación abierta fortalece la relación entre padres e hijos, y les ayuda a desarrollar habilidades importantes como la autorreflexión y la resolución de problemas. Recuerda que estar presente y mostrar interés genuino en sus emociones envía un poderoso mensaje de apoyo y comprensión.
5. Involucrar al niño/a en la resolución de problemas
Normalmente, los niños necesitan orientación para aprender a resolver conflictos y situaciones difíciles de manera constructiva. En lugar de ofrecerles todas las soluciones, involucrarlos en el proceso fomenta su autonomía, refuerza su confianza y les enseña a pensar críticamente.
Puedes decirle:
- “Parece que esto no está funcionando. ¿Cómo crees que podemos resolverlo juntos?”. Esto les invita a reflexionar sobre la situación y participar activamente en la búsqueda de soluciones.
- “Cuando me hablas de esa manera, me resulta difícil ayudarte. ¿Cómo podrías decírmelo de otra forma?”. Esta frase les ayuda a tomar conciencia del impacto de su comunicación y les anima a practicar formas más respetuosas de expresarse.
- “Sé que es complicado, pero estás aprendiendo y yo estoy aquí para apoyarte”. Con este tipo de afirmación, refuerzas la idea de que cometer errores es parte del aprendizaje y les das seguridad al saber que cuentan con tu guía.
Además, puedes emplear preguntas abiertas para explorar más opciones: “¿Qué te parece si probamos otra idea?”, o “¿Qué crees que podríamos hacer para mejorar esta situación?”.
Recuerda que tu rol es guiar, no imponer. Cuando los niños/as se sienten escuchados y valorados en el proceso de resolución de problemas, es más probable que acepten las soluciones propuestas y aprendan a aplicarlas en el futuro.
Cuando un niño/a se siente seguro y comprendido tiene más probabilidades de comportarse de manera adecuada.
PASO A PASO