La primera vez que me dijeron “Eso que te molesta de esta persona, ¿Qué tiene que ver contigo?” Mi respuesta contundente fue: NADA.
¿Cómo va a tener algo que ver conmigo algo que rechazo y que no quiero en mi vida? No tiene sentido.
Tuvieron que pasar años para encontrar la respuesta a dicha pregunta. ¿Por qué no apareció durante mucho tiempo? Porque la respuesta estaba SEPULTADA en mi INCONSCIENTE.
Aquello que veía en los demás y me molestaba (o admiraba) mucho, eran aquellos aspectos de mí que no fueron aceptados por mis cuidadores, eran también aquellas necesidades afectivas que no me fueron atendidas.
En algún momento de mi vida en base a lo que se esperaba de mí, tuve que enterrarlas, negándome a mí misma para no sentirme mala o excluida. No me quedó otra que enfocarme en construir una autoimagen idealizada, un “yo ideal” (Si no lloro me querrán, Si no protesto…, Si no me enfado nunca…) que encajarán con lo que se esperaba de mí. ¡El cerebro hace cosas realmente increíbles para sobrevivir!
Y es que desde antes del nacimiento, ya se esperan cosas del niño o niña que va a nacer. Todas y cada unas de las interacciones moldean a la criatura, que acaba aprendiendo unos parámetros para saber “qué cosas sí” y “qué cosas no” están bien sentir, decir, mostrar, expresar, desear, hacer y ser. Y todo lo que no encaje con ese “Yo ideal”, se excluye al sótano más profundo del ser: LA SOMBRA.
Y así crecemos, nos hacemos PERSONAS ADULTAS “olvidando” todos esos contenidos rechazados. Y lo “entre-comillo” porque no, no lo olvidamos: constantemente nuestro inconsciente empuja hacia la luz a nuestra sombra. Cuanto mayor sea nuestra resistencia por contenerla (más aferradas estemos a nuestro Yo Ideal), más energía vital tendremos que emplear. Esta energía vital se acaba manifestando de forma extrema a través de ataques de pánico, fobias, insomnio agudo, sentimiento de vacío, falta de sentido…
Dejamos de dar cabida a la experiencia de nuestro presente, porque nuestra energía está enfocada en contener aquello que rechazamos.
¿CÓMO RECONOCER LA SOMBRA?
Podemos reconocer nuestra sombra:
- Cuando algo nos irrita mucho de otra persona o cuando lo admiramos.
- Cuando nos nace culpar de forma automática.
- Cuando mis emociones son desmesuradas (por defecto o exceso).
Para indagar un poquito en la última de las tres preguntas vamos a ponernos en la siguiente situación:
Imagina que Pepito quiere dar una imagen de buena persona (siendo consciente o no de ello). Es posible entonces que según su sistema de valores o creencias reprima su agresividad e incluso su autenticidad. Esto llevaría a Pepito a rechazar cualquier acto violento, o fuera de lo común, que pueda observar en otras personas. En caso de que lo que quisiera Pepito fuera dar la imagen de ser una persona fuerte, reprimiría su fragilidad o su vulnerabilidad.
Todo aquello que va en contra de la imagen que deseamos dar forma parte de nuestra sombra.
INTEGRANDO NUESTRA SOMBRA
Para integrar nuestra sombra necesitamos aprender a observarla, a comprenderla, a entender por qué apareció. Este es un trabajo que se realiza con toda la calma, cuidado y amor necesarios. Un espacio para hacerlo es la terapia psicológica.
Para integrar nuestra sombra necesitamos aprender a reconocerla (no siempre es fácil). Cuando sentimos que alguien nos ha tocado justo en el lugar que más nos duele, podemos voltear la mirada hacia el interior y preguntarnos qué es lo que realmente nos duele. Cada vez que alguien “nos da en la diana”, es una oportunidad para hacer consciente lo que todavía no lo era. (¡Ojo! Esto no es sinónimo a aguantar ni justificar actos hirientes de los demás).
Para integrar nuestra sombra necesitamos aceptarla. Aceptarnos a nosotros mismos a través de las dualidades que habitan en nuestro interior. Aceptar lo que más nos gusta y lo que menos. Aceptarnos con TODO.
La aceptación va de la mano del DARSE CUENTA de las proyecciones que realizo en los demás. Cuando proyecto mi sombra en los demás, dejo de ver al otro (porque no queremos ver esa parte nuestra en nosotros).
Hacernos cargo de lo que nos pertenece a priori puede dar miedo, y a su vez cuando conseguimos hacerlo es un canal de LIBERACIÓN de las proyecciones ajenas. Dejo de fusionarme contigo, dejo de complacerte. Te permito volver a ti. Vuelvo a mí.
Conocer y poner luz a lo que proyectamos en los demás nos ayuda a conocernos, aceptarnos y vincularnos desde una mayor responsabilidad afectiva.
Cuanto más reconocemos nuestra sombra y todo aquello que la compone, más integrada se torna nuestra persona.
Más paz, equilibrio y bienestar sentimos, pues el aspecto de nosotros mismos que siempre hemos rechazado al fin se siente aceptado, y puede descansar en paz.
Siendo así, no tenemos nada que esconder, por lo que podemos ser nosotros mismos en plenitud.