Aquellos que hayáis leído mi último post, sabréis las consecuencias emocionales que han desencadenado en mí estos meses fuera de mi país. Consecuencias que no son más que una clarificación del tipo de vida que quiero vivir. A partir de todo esto y conforme toda esta bomba de emociones se ha ido aposentando, me he dado cuenta que Suiza no es el tipo de sociedad con la que me identifico, no es mi lugar.
Cuando llegué a Ginebra, lo hice huyendo de una España de la que estaba agotada y con una gran necesidad de aire nuevo, con el objetivo de aprender muchísimo: un nuevo país, un nuevo idioma, una nueva cultura…Necesitaba salir de mi zona de confort, aunque esto supusiera alejarme de mi tierra, mi familia y mis amigos. A lo largo de mi estancia, he pasado por un sinfín de emociones que me han permitido cumplir mi objetivo: aprender mucho. He sentido la soledad como nunca antes la había sentido, he experimentado el desprecio de personas que por tener más dinero que tú creen que tienen derecho a tratarte mal, también me he sentido muy respetada, he bebido el mejor agua que jamás había probado, me he conectado con la naturaleza y con la montaña. Pero mi mayor aprendizaje ha sido ver la paradoja de la sociedad: más control, más calidad de vida, más orden, menos libertad, menos ser.
Los niños aquí, no tienen falta de alimentos ni de sanidad ni de nada material, sin embargo, tienen miedo de hablar demasiado alto, de jugar, de reír en exceso, de cometer errores frente a la sociedad (si un niño llega tarde algunas veces a clase un par de minutos, multan a los padres). Parecen adultos en cuerpos de niños. Tienen miedo de ser niños/as. Tampoco quiero decir con esto que en España la cosa vaya mucho mejor, porque a nivel educativo ya sabemos todos que el sistema no funciona. Sin embargo, sí que veo que los/as niños/as en España son más espontáneos, más cercanos, más vivos…
Dicen que tienes que perder algo para valorarlo. Eso me ha pasado con España, con Castellón, con Vila-real. Y me alegro de haber vivido esta experiencia, para apreciar todo lo bonito que tiene mi tierra y lo mucho que me hace falta. Echo de menos el ruido, las terrazas llenas de gente, las carcajadas, lo políticamente incorrecto, los abrazos de mi hermano, las natillas de mi madre, el sol, la playa.
Como todo en la vida, la decisión de volver a España tiene una parte buena y mala. Hay mil cosas que me quedo de Suiza y estoy muy agradecida. Al fin y al cabo, lo que importa, más que el lugar, son las personas con quienes compartes tus experiencias. Así pues…solo me queda decir: “Mamá, ¡ves preparándome el postre!”.
Besos, amor D.