A menudo tenemos la necesidad de desahogarnos, de volcar todos nuestros deshechos emocionales en otras personas, como el que se da una ducha. Desahogarse actúa en nosotros como una terapia que nos permite limpiarnos y disminuir el impacto emocional de la situación que estamos viviendo. Esto es positivo, siempre y cuando seamos conscientes de la carga que podamos estar dejando en otros. Ya sabemos todo esto de las personas tóxicas y de lo cargante que resulta tener un vínculo con alguien que siempre se acerque a ti para quejarse de lo mal que va su complicada vida.
Por otra parte, como oyentes creo que tenemos dos tendencias en general:
1) No escucho activamente.
Mientras la otra persona me cuenta lo que le preocupa, yo pienso en mí y en situaciones de mi vida que pueda relacionar con lo que la otra persona me está contando. No estoy escuchando, estoy pensando en qué voy a responder.
2) Opino y juzgo.
Te digo lo que creo que tienes que hacer y opino si creo que tienes razón o si está bien o mal lo que me cuentas.
En este último punto, hay muchos aspectos que puntualizar como que a veces una opinión externa da un punto de vista novedoso y con perspectiva de la situación mucho más objetivo y sobre todo, que nuestra opinión la damos con el fin de ayudar a la persona.
Sin embargo, ¿Cuántas veces hemos dicho eso de “Me cuenta lo que le está pasando pero luego no me hace caso en lo que le digo”? Y es que, cuando nos abrimos a alguien buscamos ser escuchados, entendidos, no sermoneados. Y sobre todo como oyentes, en muchas ocasiones nos creemos en el derecho de dar las pautas por el simple hecho de que esa persona se haya abierto a nosotros, cuando esto en la mayoría de los casos no funciona, porque al fin y al cabo, cada persona tiene su proceso, su ritmo y su mapa de realidad, que siempre difiere de la interpretación que desde fuera se pueda tener.
Y que además, casi siempre, nos sirve con simplemente…Ser escuchados.